jueves, 11 de febrero de 2010

El regalo

Sombras que sólo yo veo
Me escoltan mis mis dos abuelos
Nicolás Guillén
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Era la noche del 28 de junio de 2009, como a las once y tanto, yo escogía el huipil que usaría para la exposición de mi tesis de licenciatura, el día siguiente a las nueve de la mañana.
Mi madre, tan previsora como siempre, bajaba para cerciorarse que su niña de treinta y tantos años, luciera un traje adecuado a la ocasión, propio de un examen profesional, propio de una familia afroindia que ha sufrido y luchado tanto en este país para poder merecer.
Desaprobó totalmente, como era de esperarse, el que yo quisiera usar un huipil, me ofreció algunas blusas suyas “más dignas” para el formal acto, de los zapatos no se preocupaba, con que no fueran los huaraches de siempre ya se daba por bien servida, todavía ofreció un huipil amuzgo de ella, más caro y mejor cuidado que cualquiera de los míos.
-A tu padre, no le va a gustar que vayas vestida así, ya sabes que la presentación para él es muy importante.
- Lo más importante es que mi cerebro esté bien para que yo pueda exponer, responder a las preguntas y aprobar mi examen, después me compras todos los vestidos que quieras.
-Le respondí, algo impaciente. Antes de irse me entregó un regalo:
-te las manda tu papá para que las uses mañana, es un diseño que mandó a hacer especialmente para ti.
-Diciendo esto, se fue a dormir, esperando a que cambiara de opinión respecto a mi vestuario.
Mi padre, es un hombre que no acostumbra rogar en lo absoluto, es un Alvarado y los Alvarado de Azoyú son muy orgullosos, por eso él no me entregaría personalmente el regalo para intentarme persuadir a cerca de mis huipiles.
Pero su regalo, me llevó a reflexionar un poco más, sobre el tema de tesis que expondría al siguiente día: el cimarronaje contemporáneo en la Costa Chica de Guerrero a partir de la historia oral de vida de mi padre (1947-2007).
Ya hace tiempo que sustituí el uso de joyería en oro y plata por el de los caracoles y algunas otras conchas marinas, este hábito creció más sobre todo cuando estuve lejos de la Costa, los caracoles me recordaban el mar, la brisa, el calor, las palmeras, olores, sabores, sonidos, imágines propias del lugar al que pertenezco, cuando me sentía frastera en un lugar distinto, los caracoles me reafirmaban, me recordaban quién era y de dónde venía.
Mi padre, sabía de mi preferencia por los objetos marinos y en lugar de ofrecerme alguno de sus diseños en plata y oro con piedras brillantes y preciosas, eligió perlas marinas, para mi cuello y los lóbulos de mis orejas, unas perlas menuditas, propias de mi cuerpo y el tamaño de mi cara, perlas que usan las mujeres elegantes, de gustos refinados, perlas que usan las mujeres bellas: rubias, ricas y blancas que se pasean como turistas de tienda en tienda, por la avenida principal del puerto.
Perlas casi blancas adornando mi piel morena, mi piel de color chilate, perlas para mi cara casi negra, casi amarilla, casi blanca, según la piedad del sol, según mi fidelidad a la comida vegetariana. Perlas pues, mi padre me da mis primeras perlas y en ellas van 62 años de trabajo, de lucha, de búsqueda, 62 años llenos de ilusiones, de proyectos, de logros, de decepciones y de esperanzas de mi madre y mi padre juntos, en estas perlas se encuentra registrada la historia de ellos, la historia de los abuelos y los abuelos de sus abuelos, los que tal vez buscaron perlas por iniciativa propia y después por orden del conquistador, no lo puedo asegurar del todo, ignoramos tanto de nuestra propia historia, pero un poco o un mucho de ella se queda en nuestros genes, en todas esas cosas creadas por nuestros antepasados, que al paso del tiempo nos van legando y apropiamos aunque no siempre sepamos de dónde provienen.
Miré las perlas, pensé en los ruegos de mi madre:
-es una ocasión especial, por favor vístete bien, de acuerdo al momento.
- Pensé en los ruegos de mis hijos:
-¿por qué eres así mamá? tú y tus ideas locas, ¡hazle caso a mi abuelita!
Recordé esa ocasión, en que tuve que aceptar la fiesta de 15 años aún en contra de mi voluntad, para que mis padres se dieran gusto echando la casa por la ventana, invitando a los amigos más queridos, a los parientes más lejanos que viven en la Costa Chica y Grande de Guerrero, que no vemos todos los días, para hacer y comer la barbacoa de res, el fuandango de afroindios y recrear la cultura de los antepasados, con todas las influencias presentes en esa casa-palenque que poco a poco han construido. Me sentí otra vez como el cordero o el guerrero sacrificado para agradar a los dioses y recibir sus bondades…
Pero no, no del todo…
Encontré un vestido que la hermana de mi madre me trajo en una de sus visitas a la virgen de Juquila, un vestido de manta con unos girasoles bordados en amarillo y azul, mis zapatillas modestas y ligeramente doradas… todo lo demás que yo quería, estaba en mi tesis: la historia de una familia afroindia, de la Costa de Guerrero que encuentra en la migración, el cimarronaje contemporáneo, una forma de conseguir la autonomía, su derecho a elegir ser aunque para eso tenga que disfrazarse de lo que los otros quieren que sea, (de cualquier modo, todo lo demás sobrevive mientras sobreviva el cimarrón y sus descendientes, recreando la cultura en sus pequeños palenques…), las palabras de mis amigas y amigos, mis maestras y maestros de la Costa, las personas que amo, el nosotros a partir del yo, o el yo a partir del nosotros. La palabra, ya no solo oral sino también escrita.
Me disfracé pues de lo que mis padres querían, hice lo que mis padres o más bien lo que el sistema del opresor quería: retorné por cuarta vez a la universidad para concluir al fin una licenciatura en calidad de madre soltera, desempleada y sin ningún peso en la bolsa, pero al final, al final del camino, hablé, hablamos, mediante una tesis después de largos años de silencio, brillé, brillamos, después de tener que ser solo oscuridad, no con luz propia sino con la luz de los ancestros.
Al siguiente día, ese día de la exposición tan esperado, decidimos salir de las sombras, muy temprano, unos minutos antes del sol, mis padres, mis hijos, todos los seres que amo y he amado en mi corazón, los que nos han amado a través de los tiempos aún sin conocernos.
¿Y las perlas? Las perlas, menuditas, decorando cada extremo de mi rostro y descansando…como el mar en la arena, alrededor de mi cuello.