domingo, 19 de julio de 2009

¡Viva la vida!

Llegó, con una botella de vino en la mano, él, que prefiere las cervezas por encima de todo, el vino se dejó en el refrigerador y sigue aguardando desde entonces el momento de poder cumplir con su misión.

Saludó a todos y fue recibido por sus parientes con el cariño de siempre, él, que no ha renunciado a ser lo que es, un cimarrón crecido en el monte con la capacidad de darle color a todo lo que toca.

Platicó, con esa especial forma de narrar que tienen los viejos de la Costa. Recordó junto a sus herman@s las experiencias de la infancia: la crueldad desmedida del padre, el amor inmenso de la madre, el imponente monte, silencioso y oscuro, el monte generoso, el monte como refugio.

Comió, bebió hasta casi perder el equilibrio, el cual recuperó con la ayuda de la Furia Oaxaqueña y Aniceto Molina, bailó el son azoyuteco, el sombrero voltea´o y al ritmo de Celia Cruz coreó Ay no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando.

Bailó, bailó como solo él sabe hacerlo, sintiendo la música en el corazón y desatando los tonos, sus hermanos gemelos en su cuerpo: garza, onza, tilcuate, chivo, tejón, venado, iguana… Muchos lo imitan y tratan de aprender pero nadie lo ha superado.

Miró a los ojos a su inexperta aprendiz mientras baliaban juntos, la miró y descubrió en esa mirada cierto cansancio viejo, cierta tristeza de años que le resultó familiar y le recordó aquella maternal frase que su espíritu se negó a escuchar: sufrir para merecer.

Tomó de la mano a su frágil compañera de baile invitándola a seguir su ritmo, volvió a mirarla a los ojos, con su voz le dio un regalo: ¡Viva la vida! y enseguida dijo su nombre, la abrazó mientras bailaban juntos y la acarició con su aliento cervecero y su mirada de tigre, propia de los hombres de esa calurosa región.

Esperó a que se le bajara el efecto de los alcoholes, tomó dos vasos de refresco de toronja y se sentó junto a su compañera de toda la vida, mujer de trabajo y de gusto. Manifestó frente a los demás su respeto: Ella, ella que me ha aguantado, que es chingona, que ha estado conmigo. Ella, las demás no, las demás no son tan importantes como ella.

Lamentó, su falta de poder adquisitivo para ciertos proyectos pero no se dio por vencido:
Estoy juntando mi dinerito, cuando pueda me compraré una camioneta y volveré al monte, porque allá quiero vivir mis últimos días, allá quiero morir, en el monte.

Llamó a su familia y se despidió de todos sus parientes entre abrazos, besos y palabras de cariño. Tengo que trabajar mañana, dijo.

Caminó y en el trayecto, volvió a toparse con la mirada de su inexperta aprendiz e insistió: ¡Viva la vida! en seguida dijo su nombre. Y se fue, dejando la reunión llena de color, de color de monte, de colores vivos.