jueves, 13 de agosto de 2009

El piadoso Tío Tom...

La palabra piedad
no es una palabra africana
Frank Yerby

Para papá.
Para Renato Ravelo Lecuona.

Ramón Nava y Nava, autodidacta y trotamundos, conocedor de la historia de México, me exige dejar de leer La Cabaña del tío Tom:

-niña, no pierdas tiempo con esos libros, mejor lee la historia de tu país, la historia de tu estado.
- Pero la historia oficial Nava, habla muy poco sobre los negros o más bien, no los reconoce como tales, -le respondo algo indignada por intentar devaluar esta obra de Harriet Beecher Stowe publicada en 1851 en la Unión americana.

A penas me inicio en el hábito de la lectura y ya viene alguien a decirme qué es lo que debo leer, ¡chingao! ¿es que no hay algo en este mundo en lo que uno pueda desarrollar su derecho a elegir? ¿puedo elegir, puedo defender aquellos libros que me dan placer y todas esas cosas que me producen placer, cuando además, vivo en un territorio donde el número de lectores es algo más que extraño y quien lee puede acabar como un loco hablando solo porque los demás te consideran aburrido y ajeno a su modo de vida?

¡Verga! pues sí, me digo para mis adentros. Los libros de historia tienen su gran mérito, en ellos está nuestra memoria, la explicación de nuestro origen o al menos la de nuestro país como nación, como esa idea de nación que tuvieron algunos que desgraciadamente no representaban todos nuestros grupos culturales. Sin embargo, esa historia está y es preciso conocerla, conocerla para entenderla, conocerla para cuestionarla, conocerla para difundirla.

Desgraciadamente, los libros de historia no son siempre lo que más se antoje leer a pesar del esfuerzo de escritores como Rius y Miguel Ángel Gallo en tratar de presentar la historia de forma amena y divertida, con sus caricaturas y su lenguaje sencillo. Además, en una región como la Costa de Guerrero donde en las grandes librerías solo hay lo que la gente más solicita, lo que se vende, no es fácil encontrar esa información que uno tanto necesita.

Por ejemplo, recuerdo aquel día en que mi padre me llevó por las librerías y bibliotecas del centro de Acapulco, para buscar un libro de historia del puerto donde la gente de las fotografías se pareciera a mi familia: de piel morena, cabello puchunco y nariz chata.
Mi padre accedió a esta solicitud mía cuando yo tenía 8 o 9 años de edad, tal vez más por mi terrible insistencia que por convicción propia, cumplido el capricho, ambos constatamos que nuestra búsqueda era un total fracaso, nada al respecto, nada que me dejase enteramente satisfecha…era la década de los 80 del siglo pasado, entonces la Internet no existía, nosotros no éramos una familia que perteneciera a círculos de historiadores y tampoco era yo una devoradora de libros, de hecho hasta la fecha no lo soy.
Ahora sé que me hubiese sido más fácil encontrar una novela como La Cabaña del Tío Tom en una de esas librerías, porque esa es la ventaja de la novela: flexible y universal, puede ofrecernos imágenes, paisajes, datos históricos propios de una época, retrata personajes que aman, sufren, gozan, matan…sobre todo cuando de novela histórica se trata. Aun cuando el lugar donde se desarrolla la historia es en un país ajeno al mío, aun cuando la situación de la esclavitud africana no se desarrolló exactamente igual en todos los países del continente americano debido a su contexto, me es posible identificarme fácilmente con estos personajes despreciados, esclavizados por su piel de ébano. Sin olvidar, por supuesto; que en el territorio mexicano se ha practicado el racismo cuando menos desde la época de la Colonia hasta nuestros días.

Cómo vivieron estos personajes la época de la esclavitud, eso es lo que me interesa, algún indicio de sus formas de resistencia, llámese cuento, novela, poema, película, canción…Cómo una mujer frágil, devota y cristiana como Harriet Beecher puede denunciar la opresión hacia los negros en una sociedad donde la mujer no tiene la primera palabra y además, contribuir con su obra en el proceso de emancipación de este grupo al interior de su país.

Vaya pues con la mujercita de lenguaje refinado, tan físico, tan elegante, tan, tan … a veces para esta época empalagoso. Ella, con su voz de mujer blanca, pero humana al fin de cuentas, logra desde el escritorio ayudar a desgarrar las entrañas del monstruo.

Cuando uno ha comenzado a interesarse en este tema de la esclavitud africana en América y comienza con novelas más recientes como La canción de Salomón de Tony Morrison o las novelas de Frank Yerby, encontrarse con La Cabaña del Tío Tom puede provocar en un principio cierta aversión, simplemente no podría imaginarme al ingenioso Wes Parks de Mis dioses han muerto en Mississippi como gran amigo del piadoso Tom compartiendo sus conocimientos en la misma plantación.

Como dirían las fresas: nada que ver, Wes nació y creció en África, estaba orgulloso de ser africano, respetaba sus ancestros y adoraba a sus dioses, los recreaba en cualquier circunstancia, nunca se consideró a sí mismo un esclavo, para Wes, piedad no era una palabra africana. En cambio Tom, no conocía más tierra de origen que el Kentucky, sus amos de la tierra podían ser dueños de su cuerpo, pero reconocía a Dios Nuestro Señor, el Dios de la Biblia como el amo de su alma. Tom, practicaba la resistencia pacífica por llamarle de algún modo. Wes, huyó ingeniosamente de sus amos, no sin antes darles algún escarmiento a todos aquellos que le hicieron daño. Tom, estaba dispuesto a no huir jamás. Para él, la Biblia se convirtió en el ancla para salvar su identidad, para vivir dignamente. LA PIEDAD, EL AMOR, son las únicas, las mejores armas de Tom.

Es por esto que esta novela se convierte en una historia audaz, aun cuando me queje de su falta de erotismo del cual Frank Yerby sabe hacer un gran derroche, dejando al lector en un trance de humedad casi interminable. Harriet Beecher es una mujer cristiana inteligente, (no todos los cristianos lo son) logra desde esta novela taladrar las conciencias dentro y fuera de su país en relación a este tema. Prácticamente sacrifica al personaje principal para dar vida al corazón de los lectores de su tiempo.

Intercalando de vez en cuando una que otra reflexión mediante sus personajes, una de ellas me hace retomar el concepto del cimarronaje contemporáneo este que recreo a partir del esclavo que huía de las plantaciones, de un mundo de opresión, buscando mejores condiciones de vida, igual que las personas que migran hoy en día a las grandes ciudades en busca de mejores condiciones para los suyos. No es un contexto de esclavitud, el de ahora es un contexto de libertad, pero todos sabemos que es una libertad condicional (plagiando a un cantautor cuyo nombre no recuerdo), una libertad que depende de cuanto dinero tengas en el bolsillo. La novela del Tío Tom nos lo hace ver en esta reflexión que no pasa de moda:

El proletariado inglés –protestó Ofelia-, no es vendido, ni azotado, ni se ve arrancado de su familia.
-Pero está sujeto al que le emplea como si le perteneciese. El plantador mata por medio del látigo; el capitalista mata por medio del hambre. Y no sé que es más terrible: si ver vender a lo hijos o verlos perecer de hambre.

En estos tiempos de tremenda crisis económica, donde los días son algo más que difíciles, las palabras de Harriet Beecher se mantienen vigentes, la creatividad humana para sobrevivir no se desarrolla eficientemente cuando las tortillas faltan en la mesa.
Habría que invocar a todos los dioses del planeta, no solo al Dios de la Biblia; para que nuestra situación mejorase.

Por cierto, si mi amigo Ramón Nava y Nava recordara lo religioso que es Tom, se daría cuenta que tienen mucho en común, además, juntos podrían orar invocando la ayuda a ese mismo Dios que reconocen como único, para que los acapulqueños tengan dinerito y se animen a comprarle a Ramón uno de sus tantos libros antiguos sobre la historia de Acapulco, digo, uno no debe perder la fe, dicen que la esperanza muere al último.

Mi amigo Nava debería saber que después de conocer las historias de Wes Parks y del Tío Tom sus vidas “ficticias” pueden marcar fuertemente la curiosidad hasta del más indiferente lector ¿cuándo se abolió la esclavitud en México, cuándo en Estados Unidos? ¿Existen novelas en México que manejen el tema de los africanos esclavizados y sus descendientes, así como sus formas de liberación? Y si no las hay ¿por qué no? ¿Qué dice la historia oficial al respecto?...

A veces, cuando el horizonte es turbio, no es blanco, ni negro, sino gris y no sabes hacia dónde caminar, lo único que podemos hacer es no perder la fe, saber esperar el momento, detectar las anclas que la vida nos brinda para encontrar esas respuestas que tanto estamos buscando, eso nos ha enseñado la resistencia de nuestros ancestros, de nuestros antepasados más cercanos.

La novela, es un ancla maravillosa al respecto, un amigo historiador me enseñó que ella es capaz de decir lo que la historia escrita no se atrevería, además, es mucho más amena y como ahora no puede leer tanto como quisiera, mientras mis ojos me lo permitan, yo…seguiré leyendo novela.