martes, 27 de octubre de 2009

La frastera

Ella
es hija del señalamiento
y el rechazo.
Su piel, difusa
no es completamente negra
ni es completamente blanca.
No es una negra puchunca
de pronunciadas curvas
y fachoso enduto.
Pudiera pasar por india
pero la delata
su cabellera china y lacia.
Esta imagen indefinida
resultado de la arrechura humana
pudiera ubicarla en todas partes
y al mismo tiempo
en ninguna.
La historia
la ha llamado mulata
pero ella
desconoce el término.
En el presente
le llaman frastera
sobre todo
cuando su erótico cuerpo
representa una amenaza
a la armonía de sus cuerpos
a la armonía de sus pueblos
a la armonía de sus casas.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Jugo verde

Después de los 30, el cuerpo ya no es el mismo, opinan algunos expertos. Sobre todo, hay que tener especial cuidado con aquello que comemos. En la eterna lucha contra la obesidad y la “terrible imagen” el jugo verde se vuelve un eficaz aliado por su alto contenido en fibra...

Cierto día, una mujer, iniciada en la década del existencialismo, obsesionada con el ejercicio físico y en el afán de aparentar menos años para encontrar un "buen hombre" con quien compartir sus días, recurrió también al afamado jugo verde: piña, apio, nopal, espinacas, agua y miel.

Hacía tiempo que no leía el periódico, ni se enteraba de las últimas noticias locales y nacionales por la televisión, con tantas balaceras y ajustes de cuentas en los últimos años, optó por eludir el tema y creer que ese mundo de violencia solo existía en los medios masivos de comunicación, con la finalidad de mantener atemorizada a la población y elevar sus ganancias con sus impactantes fotos y notas rojas en primera plana.

Pero, ese día, llegó al mercado más cercano y adquirió los ingredientes necesarios, pasó indiferente por el puesto de revistas antes de abordar el urbano a ritmo de reggaeton. Llegó a su casa y entusiasmada, se dispuso a preparar sus vegetales para obtener la fórmula mágica de la eterna juventud: el jugo verde.

Tocó el turno a las espinacas, tan recomendadas a los niños para crecer fuertes como Popeye y a los enfermos de cáncer para combatir este mal. Desató la envoltura de periódico y al tomar el gran manojo de espinacas, miró sin proponérselo una imagen:
un adolescente tirado en el suelo, con algo que parecía un billete en una de sus manos, se hizo la occisa, lavó, picó y desinfectó todos los ingredientes. No pudo evitar la curiosidad o el morbo, tomó otra vez esa página de periódico y leyó el pie de foto: Un joven asaltante, asaltó a otro hombre con una pistola de juguete y lo despojó de 40 pesos, dos billetes de a 20, el asaltado en cambio, portaba un arma de verdad y con ella le disparó antes de que el asaltante huyera.

Meditó un poco sobre su frívola vida durante los 15 minutos necesarios para que actuara el desinfectante, colocó todo lo necesario en el vaso de la licuadora agregando un poco de hielo, tomó un vaso grande de vidrio decorado con la imagen y oración de una virgen morena, lo llenó completamente, volvió a mirar la imagen del adolescente tirado en el suelo con 40 pesos en una de sus manos.

¡Bendito país de mierda! pensó en voz alta, tiró el periódico en el cesto de basura y bebió con profunda fe, su magnífico jugo verde.

jueves, 13 de agosto de 2009

El piadoso Tío Tom...

La palabra piedad
no es una palabra africana
Frank Yerby

Para papá.
Para Renato Ravelo Lecuona.

Ramón Nava y Nava, autodidacta y trotamundos, conocedor de la historia de México, me exige dejar de leer La Cabaña del tío Tom:

-niña, no pierdas tiempo con esos libros, mejor lee la historia de tu país, la historia de tu estado.
- Pero la historia oficial Nava, habla muy poco sobre los negros o más bien, no los reconoce como tales, -le respondo algo indignada por intentar devaluar esta obra de Harriet Beecher Stowe publicada en 1851 en la Unión americana.

A penas me inicio en el hábito de la lectura y ya viene alguien a decirme qué es lo que debo leer, ¡chingao! ¿es que no hay algo en este mundo en lo que uno pueda desarrollar su derecho a elegir? ¿puedo elegir, puedo defender aquellos libros que me dan placer y todas esas cosas que me producen placer, cuando además, vivo en un territorio donde el número de lectores es algo más que extraño y quien lee puede acabar como un loco hablando solo porque los demás te consideran aburrido y ajeno a su modo de vida?

¡Verga! pues sí, me digo para mis adentros. Los libros de historia tienen su gran mérito, en ellos está nuestra memoria, la explicación de nuestro origen o al menos la de nuestro país como nación, como esa idea de nación que tuvieron algunos que desgraciadamente no representaban todos nuestros grupos culturales. Sin embargo, esa historia está y es preciso conocerla, conocerla para entenderla, conocerla para cuestionarla, conocerla para difundirla.

Desgraciadamente, los libros de historia no son siempre lo que más se antoje leer a pesar del esfuerzo de escritores como Rius y Miguel Ángel Gallo en tratar de presentar la historia de forma amena y divertida, con sus caricaturas y su lenguaje sencillo. Además, en una región como la Costa de Guerrero donde en las grandes librerías solo hay lo que la gente más solicita, lo que se vende, no es fácil encontrar esa información que uno tanto necesita.

Por ejemplo, recuerdo aquel día en que mi padre me llevó por las librerías y bibliotecas del centro de Acapulco, para buscar un libro de historia del puerto donde la gente de las fotografías se pareciera a mi familia: de piel morena, cabello puchunco y nariz chata.
Mi padre accedió a esta solicitud mía cuando yo tenía 8 o 9 años de edad, tal vez más por mi terrible insistencia que por convicción propia, cumplido el capricho, ambos constatamos que nuestra búsqueda era un total fracaso, nada al respecto, nada que me dejase enteramente satisfecha…era la década de los 80 del siglo pasado, entonces la Internet no existía, nosotros no éramos una familia que perteneciera a círculos de historiadores y tampoco era yo una devoradora de libros, de hecho hasta la fecha no lo soy.
Ahora sé que me hubiese sido más fácil encontrar una novela como La Cabaña del Tío Tom en una de esas librerías, porque esa es la ventaja de la novela: flexible y universal, puede ofrecernos imágenes, paisajes, datos históricos propios de una época, retrata personajes que aman, sufren, gozan, matan…sobre todo cuando de novela histórica se trata. Aun cuando el lugar donde se desarrolla la historia es en un país ajeno al mío, aun cuando la situación de la esclavitud africana no se desarrolló exactamente igual en todos los países del continente americano debido a su contexto, me es posible identificarme fácilmente con estos personajes despreciados, esclavizados por su piel de ébano. Sin olvidar, por supuesto; que en el territorio mexicano se ha practicado el racismo cuando menos desde la época de la Colonia hasta nuestros días.

Cómo vivieron estos personajes la época de la esclavitud, eso es lo que me interesa, algún indicio de sus formas de resistencia, llámese cuento, novela, poema, película, canción…Cómo una mujer frágil, devota y cristiana como Harriet Beecher puede denunciar la opresión hacia los negros en una sociedad donde la mujer no tiene la primera palabra y además, contribuir con su obra en el proceso de emancipación de este grupo al interior de su país.

Vaya pues con la mujercita de lenguaje refinado, tan físico, tan elegante, tan, tan … a veces para esta época empalagoso. Ella, con su voz de mujer blanca, pero humana al fin de cuentas, logra desde el escritorio ayudar a desgarrar las entrañas del monstruo.

Cuando uno ha comenzado a interesarse en este tema de la esclavitud africana en América y comienza con novelas más recientes como La canción de Salomón de Tony Morrison o las novelas de Frank Yerby, encontrarse con La Cabaña del Tío Tom puede provocar en un principio cierta aversión, simplemente no podría imaginarme al ingenioso Wes Parks de Mis dioses han muerto en Mississippi como gran amigo del piadoso Tom compartiendo sus conocimientos en la misma plantación.

Como dirían las fresas: nada que ver, Wes nació y creció en África, estaba orgulloso de ser africano, respetaba sus ancestros y adoraba a sus dioses, los recreaba en cualquier circunstancia, nunca se consideró a sí mismo un esclavo, para Wes, piedad no era una palabra africana. En cambio Tom, no conocía más tierra de origen que el Kentucky, sus amos de la tierra podían ser dueños de su cuerpo, pero reconocía a Dios Nuestro Señor, el Dios de la Biblia como el amo de su alma. Tom, practicaba la resistencia pacífica por llamarle de algún modo. Wes, huyó ingeniosamente de sus amos, no sin antes darles algún escarmiento a todos aquellos que le hicieron daño. Tom, estaba dispuesto a no huir jamás. Para él, la Biblia se convirtió en el ancla para salvar su identidad, para vivir dignamente. LA PIEDAD, EL AMOR, son las únicas, las mejores armas de Tom.

Es por esto que esta novela se convierte en una historia audaz, aun cuando me queje de su falta de erotismo del cual Frank Yerby sabe hacer un gran derroche, dejando al lector en un trance de humedad casi interminable. Harriet Beecher es una mujer cristiana inteligente, (no todos los cristianos lo son) logra desde esta novela taladrar las conciencias dentro y fuera de su país en relación a este tema. Prácticamente sacrifica al personaje principal para dar vida al corazón de los lectores de su tiempo.

Intercalando de vez en cuando una que otra reflexión mediante sus personajes, una de ellas me hace retomar el concepto del cimarronaje contemporáneo este que recreo a partir del esclavo que huía de las plantaciones, de un mundo de opresión, buscando mejores condiciones de vida, igual que las personas que migran hoy en día a las grandes ciudades en busca de mejores condiciones para los suyos. No es un contexto de esclavitud, el de ahora es un contexto de libertad, pero todos sabemos que es una libertad condicional (plagiando a un cantautor cuyo nombre no recuerdo), una libertad que depende de cuanto dinero tengas en el bolsillo. La novela del Tío Tom nos lo hace ver en esta reflexión que no pasa de moda:

El proletariado inglés –protestó Ofelia-, no es vendido, ni azotado, ni se ve arrancado de su familia.
-Pero está sujeto al que le emplea como si le perteneciese. El plantador mata por medio del látigo; el capitalista mata por medio del hambre. Y no sé que es más terrible: si ver vender a lo hijos o verlos perecer de hambre.

En estos tiempos de tremenda crisis económica, donde los días son algo más que difíciles, las palabras de Harriet Beecher se mantienen vigentes, la creatividad humana para sobrevivir no se desarrolla eficientemente cuando las tortillas faltan en la mesa.
Habría que invocar a todos los dioses del planeta, no solo al Dios de la Biblia; para que nuestra situación mejorase.

Por cierto, si mi amigo Ramón Nava y Nava recordara lo religioso que es Tom, se daría cuenta que tienen mucho en común, además, juntos podrían orar invocando la ayuda a ese mismo Dios que reconocen como único, para que los acapulqueños tengan dinerito y se animen a comprarle a Ramón uno de sus tantos libros antiguos sobre la historia de Acapulco, digo, uno no debe perder la fe, dicen que la esperanza muere al último.

Mi amigo Nava debería saber que después de conocer las historias de Wes Parks y del Tío Tom sus vidas “ficticias” pueden marcar fuertemente la curiosidad hasta del más indiferente lector ¿cuándo se abolió la esclavitud en México, cuándo en Estados Unidos? ¿Existen novelas en México que manejen el tema de los africanos esclavizados y sus descendientes, así como sus formas de liberación? Y si no las hay ¿por qué no? ¿Qué dice la historia oficial al respecto?...

A veces, cuando el horizonte es turbio, no es blanco, ni negro, sino gris y no sabes hacia dónde caminar, lo único que podemos hacer es no perder la fe, saber esperar el momento, detectar las anclas que la vida nos brinda para encontrar esas respuestas que tanto estamos buscando, eso nos ha enseñado la resistencia de nuestros ancestros, de nuestros antepasados más cercanos.

La novela, es un ancla maravillosa al respecto, un amigo historiador me enseñó que ella es capaz de decir lo que la historia escrita no se atrevería, además, es mucho más amena y como ahora no puede leer tanto como quisiera, mientras mis ojos me lo permitan, yo…seguiré leyendo novela.

domingo, 19 de julio de 2009

¡Viva la vida!

Llegó, con una botella de vino en la mano, él, que prefiere las cervezas por encima de todo, el vino se dejó en el refrigerador y sigue aguardando desde entonces el momento de poder cumplir con su misión.

Saludó a todos y fue recibido por sus parientes con el cariño de siempre, él, que no ha renunciado a ser lo que es, un cimarrón crecido en el monte con la capacidad de darle color a todo lo que toca.

Platicó, con esa especial forma de narrar que tienen los viejos de la Costa. Recordó junto a sus herman@s las experiencias de la infancia: la crueldad desmedida del padre, el amor inmenso de la madre, el imponente monte, silencioso y oscuro, el monte generoso, el monte como refugio.

Comió, bebió hasta casi perder el equilibrio, el cual recuperó con la ayuda de la Furia Oaxaqueña y Aniceto Molina, bailó el son azoyuteco, el sombrero voltea´o y al ritmo de Celia Cruz coreó Ay no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando.

Bailó, bailó como solo él sabe hacerlo, sintiendo la música en el corazón y desatando los tonos, sus hermanos gemelos en su cuerpo: garza, onza, tilcuate, chivo, tejón, venado, iguana… Muchos lo imitan y tratan de aprender pero nadie lo ha superado.

Miró a los ojos a su inexperta aprendiz mientras baliaban juntos, la miró y descubrió en esa mirada cierto cansancio viejo, cierta tristeza de años que le resultó familiar y le recordó aquella maternal frase que su espíritu se negó a escuchar: sufrir para merecer.

Tomó de la mano a su frágil compañera de baile invitándola a seguir su ritmo, volvió a mirarla a los ojos, con su voz le dio un regalo: ¡Viva la vida! y enseguida dijo su nombre, la abrazó mientras bailaban juntos y la acarició con su aliento cervecero y su mirada de tigre, propia de los hombres de esa calurosa región.

Esperó a que se le bajara el efecto de los alcoholes, tomó dos vasos de refresco de toronja y se sentó junto a su compañera de toda la vida, mujer de trabajo y de gusto. Manifestó frente a los demás su respeto: Ella, ella que me ha aguantado, que es chingona, que ha estado conmigo. Ella, las demás no, las demás no son tan importantes como ella.

Lamentó, su falta de poder adquisitivo para ciertos proyectos pero no se dio por vencido:
Estoy juntando mi dinerito, cuando pueda me compraré una camioneta y volveré al monte, porque allá quiero vivir mis últimos días, allá quiero morir, en el monte.

Llamó a su familia y se despidió de todos sus parientes entre abrazos, besos y palabras de cariño. Tengo que trabajar mañana, dijo.

Caminó y en el trayecto, volvió a toparse con la mirada de su inexperta aprendiz e insistió: ¡Viva la vida! en seguida dijo su nombre. Y se fue, dejando la reunión llena de color, de color de monte, de colores vivos.

sábado, 20 de junio de 2009

Diablo, genio, mago: Wes Parks

Por lo menos en el silencio hay dignidad.
Frank Yerby

No sé qué es más importante ¿escribir o leer? No sé si valdría la pena hacer este tipo de preguntas, poniendo en una balanza de valores ambas acciones. Escribir es una necesidad y leer, con el tiempo puede convertirse en un hábito que genera adicción por el gran placer que causa, sobre todo cuando de buenos libros se trata.

El escribir me parece un acto de autoestima, pues plagiando a Eduardo Galeano, todos tenemos algo que decir. El leer también lo implica, considerando el hecho de que los seres humanos tenemos derecho al placer mediante la lectura, no obstante, me parece además un acto de humildad, reconocer que somos ignorantes y tenemos mucho que aprender independientemente de nuestra edad, nuestro nivel académico o clase social. Callarse, guardar silencio en plena actitud de escucha a ese otro que desde el papel -original o fotocopiado- nos habla para compartirnos su mundo.

Dejarse provocar por el otro, viajar con él, dejarse guiar, sin miedos, sin prejuicios, para reafirmar la propia identidad, para cuestionar nuestro propio mundo. Leer, implica establecer una relación muy íntima entre el autor y el lector a través de un texto. Leer, me parece una resistencia pacífica, inteligente y por lo mismo activa, toda ella generada en el silencio, libros y silencio. Vale más eso que cientos de discusiones estériles que no llevan a ninguna parte y en el último de los casos dejan úlceras en el estómago y el alma apaleada por tanta desilusión.

Varias veces he sostenido, que si bien no soy una mujer con talento, en la vida he tenido la fortuna de toparme con personas valiosas que además de su amistad, me han prestado algunos libros sumamente placenteros. El reto más grande hasta ahora, han sido estas dos novelas de Frank Yerby tituladas: Negros son los dioses de mi África y Mis dioses han muerto en Mississippi; cuyo personaje principal, Wesley Parks (nombrado así por sus amos en el Sur de los Estados Unidos) es un líder africano del pueblo de Dahomey, orgulloso de sus raíces y de sus ancestros a los que se aferra para poder sobrevivir todos aquellos conflictos que se le van presentando desde su tierra de origen, entre los suyos; hasta lograr alcanzar la libertad huyendo de sus amos, propietarios de plantaciones en el Sur de la Unión Americana.

En Negros son los Dioses de mi África, Frank Yerby nos muestra de manera minuciosa y poética un pedazo de África a través de la sociedad dahomeyana, en la cual el personaje principal es portador de varios nombres: Nyasanu, Hombre entre los hombres, Dosu, Los Mellisos en Uno Solo. Agausu, el que Llega a Este Mundo con los Pies Primero. Hwesu, aquel cuyos Ojos Miran al Sol, el que Glorifica lo que mira. Gbokau, el Ahogado por el Cordón de la Vida. Kesu, el Nacido con la Placenta de la Profecía.
Nombres todos despojados desde el momento en que es capturado por mismos africanos para ser vendido primero a traficantes europeos y después a norteamericanos, quienes lo llamarán Wes, Wesley Parks.

Su vida en esta parte del mundo, será narrada en Mis dioses han muerto en Mississippi
Y al llegar ahí, en un principio Wes guardará silencio para tratar de entender esa forma de esclavitud tan distinta a la ejercida en su país de origen, usará la inteligencia aprendiendo todo cuanto sea necesario para proteger su espalda del látigo. Porque Wes insiste en ser tratado con respeto, en cuestionar a sus amos, en hacerles entender que el color no otorga superioridad o inferioridad a alguien, insiste en desear -a diferencia de sus demás compañeros- una mujer negra como la noche sin estrellas salvo las dos que habrá en sus ojos cuando me mire. Aunque al final, entenderá que la necesidad de pertenecer al otro, el amor, supera todos los ideales de belleza que cualquier cultura pueda tener.

Y por todas estas cosas, por no permitir que los blancos, sus amos, esclavicen su mente y su corazón, será llamado:
¡Diablo, genio, mago, maldito hechicero negro, hijo de mala madre!

Ambas novelas denotan una verdadera investigación por parte del autor, en lo referente al contexto en el cual se desarrolló la esclavitud de africanos por parte de los europeos hasta poco antes de la guerra de Secesión en Estados Unidos. Frank Yerby nos ofrece un viaje intenso y ameno, lleno de ternura, erotismo, suspenso e ingenio, logra transportar al lector a esos paisajes y situaciones que describe, dejándolo en esa atmósfera incluso sin tener el libro en sus manos.

Las horas pueden pasar rápidamente leyendo estos dos textos y al llegar a la última página nos deja con una angustiada pregunta en el alma: ¿en serio no habrá una tercera parte, una tercera obra más sobre Wes Parks?

El personaje del orgulloso Wes resulta inspirador en todo momento, nos demuestra que siempre hay caminos para defender la dignidad humana cuando tenemos claro quiénes somos, pues a pesar de todas las dificultades, Wes vivió su fa, su destino, de manera activa, haciendo uso de su ingenio africano, porque él nunca se olvidó de sus ancestros y sus ancestros nunca lo abandonaron.

Hay momentos para escribir, hay momentos para leer, mi fa, mi destino, me dice que tengo derecho al placer que viene de los libros, a resistir intensamente guardando silencio, a callar con atención, a encontrarme con el mundo de ese otro para cuestionar el propio, a dejarme guiar… Por lo menos en el silencio hay dignidad.

martes, 7 de abril de 2009

Memorias

Cimarroneando

Para Esteban Montejo
ese cimarrón cubano
que amó la libertad en serio.

A mí me encantan los hombres
pero amo más mi libertad
nadie volverá a ponerme los grilletes.

Prefiero seguir corriendo
sintiendo el sudor sobre mi cuerpo
el vientre fortalecido
el paso uniforme
la meta fija
durante las secas o
bajo la tormenta.

No corro sola
sé que ellos vienen conmigo
los que corrieron antes al monte
para vivir según su voluntad.

Ahora corremos sobre el pavimento
buscando lugares de refugio
algún palenque entre los edificios
para guardar el alma
y la de nuestros hijos.

Los kilómetros de este maratón
son infinitos
el camino hacia la libertad
parece un espejismo.




Globalizada

Algún día pensé
que debía ir a África;
hablar, bailar y vestir como africana

Pero después descubrí
que no había razón para hacer eso:

África era yo misma
en cualquier lugar de la tierra
podía ser… África.





Camuflaje

Tomé lo que necesitaba
cultivé y comí maíz
bordé huipiles
y adoré a dioses que no eran míos
me mezclé con otros
para disfrazar mi color

He dicho que no
que no soy yo
la negación
el camuflaje
ha sido mi mejor ancla
y mi mejor aliado.

Así he comprado mi libertad
otras tantas la tomé por cuenta propia
viajo de puerto en puerto
la geografía está en mi cuerpo.

Y sin embargo
siempre he sabido que soy
cuando bailo, cuando canto,
cuando me muevo

Shhh, ¡cállate!
no reveles este secreto
que no sepan que estoy aquí
diles que soy como ellos.



Por naturaleza

¡Negra!
Negra pescadora.
Prieta
morena
¡Pinche negra!
pleitista
güevona
y arrecha

Pues sí,
eres negra.



Chismes de verdá

No creas
chiquitilla
lo que dice la gente.

Las negras son feas
yo nomás soy morena
repites neciamente

Mira mi Nene:
negra la noche
negra la muerte
negro el vientre
donde se forman los nenes



Ishtamasha

Es la lavandera y habla poco español
Pero en cuanto nos ve grita:
Ishtamasha, ishtamasha, eya gu´cú

Nosotros no sabemos tlapaneco
ni la otra gente que comienza a llamarnos así
por las calles de Azoyú,
pero sí sabemos que ishtamasha eya gu´cú quiere decir:
Negro, negro cabeza dura.

A lo que nosotros en español respondemos:
¡Indios, indios jijos de la chingada!

Lo cual está mal porque aunque tenemos la piel negra
nuestro padre también es indio, nacido entre Maxmadí y la Culebra.




Sin Patria

Yo no tuve patria
y si la tuve, entonces
soy del límite entre Huehuetán y Azoyú
los huehuetecos me llamaron indio
y los azoyutecos me llamaron negro.

Por eso digo que no tuve patria
y eso explica, el que pueda estar en Acapulco
por la mañana y en la tarde en Tijuana.

No necesito que me corten las pestañas como a las vacas
puedo vivir donde sea, tener trabajo y amigos
porque a donde voy recuerdo el trapiche y la panela hirviendo
el monte cuando los venados se juntaban con los chivos.
no puedo olvidarme de eso, sería como borrarme, como vivir muriendo.




La diferencia

Los miraron diferentes
y los llamaron salvajes.
Los miraron diferentes y los llamaron feos.
Los miraron fuertes y numerosos
y los llamaron mercancía.

La diferencia
descubrió su ignorancia,
prontos la cubrieron con violencia.
¡Guerra! ¡Guerra!
Guerra entre ellos para dividirlos
Guerra entre ellos para capturarlos
Guerra entre ellos para redimirlos
de la incomprensible diferencia.

Al otro lado del mar,
otra tierra, otras culturas
sufren el mismo pecado
por ser distintos.

La agonizante travesía
parece interminable,
más llegan, algunos despiertos
otros ya no pudieron hacerlo…
¡Más les hubiera valido a todos
quedarse dormidos!

La guerra crece
entre más pasa el tiempo
el pez más grande
se come al más chico.

La guerra es insoportable.
La dignidad tiene rostro de cimarrón.
La dignidad no tiene rostro.

Los ignorantes “se fueron”
pero legaron su ignorancia.
Legaron también la guerra.
El horror a ser indio
El horror a ser negro
El horror a nosotros mismos
El horror a la diferencia.